Nuevo post, dedicado en este caso a la alimentación compulsiva. Cuando se habla sobre la alimentación, hay que tener en mente dos ideas muy claras:
- De una parte, se come, porque el organismo necesita «combustible» para su funcionamiento y dicho combustible, se lo proporcionan los alimentos. Ese papel es especialmente patente en la alimentación enteral.
- Por otro lado, la alimentación tiene un componente lúdico y emocional, muy ligado al placer, con una acción «un tanto similar» a lo que ocurre con las drogas, por ejemplo alcohol o tabaco. Ante situaciones psicológicas más o menos complejas, una de las formas de manejarlas es recurriendo a la comida, igual que otros se refugian en el tabaco, en el alcohol, en los psicofármacos, …
En este segundo caso, es dónde encajaría la alimentación compulsiva, que no es otra cosa que un trastorno del comportamiento alimentario más; en el mismo grupo de la anorexia nerviosa, la bulimia, pero con otras características diferentes.
Y precisamente en estos momentos de perplejidad, tras haber vivido una situación de limitación de movimiento en forma de confinamiento mundial, se da una compleja situación vinculada a la crisis sanitaria debido al Covid-19: entre sus consecuencias se han despertado comorbilidades como la alimentación compulsiva, también denominado el síndrome del atracón, entre otras patologías derivadas del estrés, ansiedad y depresión.
Es este un post de invitado escrito por un experto, profesor de la TECH Universidad Tecnológica, a quien agradezco su colaboración.
Un punto fundamental es que para saber gestionar estas enfermedades es fundamental que el equipo médico, además de ser trasversal, esté al día en su formación a través de masters de medicina online.
¿Qué es la alimentación compulsiva?
El trastorno alimentario compulsivo es un desorden de la conducta alimentaria se caracteriza por la ingesta de alimentos de manera desmedida, en grandes cantidades y de manera continuada, hasta llegar a sentirse saciado.
A menudo se abusa de alimentos con alto contenido en harina, sal y azúcar, que se asocian al sistema de recompensa que se sitúa en el cerebro.

Sin embargo, a diferencia de otros trastornos, no se contrarresta esta acción con vómitos, pero sí sintiendo remordimientos.
Cómo reconocer el trastorno alimentario compulsivo
Para ser diagnosticada, esta alimentación descontrolada tiene que ser continua en el tiempo, siguiendo como referencia que se dé al menos un atracón a la semana durante tres meses.
Además, hay una sintomatología de identificación en pautas de alimentarias como son:
- Comer demasiado en menos de dos horas de forma regular.
- Comer sin sensación de hambre.
- Sentir que no puede parar de comer.
- Dolor abdominal por la distención del exceso de alimentación.
- Sentirse culpable, deprimido o triste tras el atracón.
- Comer escondido por avergonzarse de las cantidades de alimentos que ingiere.
¿Qué provoca la alimentación compulsiva?
Esta alimentación compulsiva es consecuencia de varios aspectos:
- Genéticos.
- Biológicos.
- Psicológicos.
Este trastorno suele estar acompañado de enfermedades mentales graves como la depresión, ansiedad o abusos de sustancias, lo que unido al fomento de estereotipos de cuerpos, medidas y peso en los medios de comunicación y al componente hereditario dificulta el día a día de quien lo padece.
Tener padres con sobrepeso o padecerlo, haber sido víctima de bullying en la infancia o adolescencia son factores que propician el surgimiento de esta enfermedad al final de la adolescencia y durante los primeros años de la madurez, aunque puede manifestarse a cualquier edad, siendo más predominante en las mujeres y en el mundo occidental.
En cuanto a los factores biológicos, cabe destacar que las alteraciones en los circuitos cerebrales de personas con trastornos alimenticios pueden complicar y aumentar la probabilidad de recaer.
La alimentación compulsiva incluye graves alteraciones en las conductas relacionadas con la alimentación y el control de peso, asociados con una gran variedad de consecuencias psicológicas, físicas y sociales adversas”.
Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos
¿Cómo afecta a la salud?
La doctora Bethanne Keen, psicóloga de Mayo Clinic en Arizona, explica que: «estas conductas pueden tener una repercusión considerable en la capacidad del cuerpo para obtener la nutrición adecuada«.
Además, los trastornos de la alimentación pueden causar daños en el corazón, en el aparato digestivo, en los huesos, en los dientes y en la boca, y derivar en otros padecimientos.
Estos atracones desmedidos pueden generar en nuestro cuerpo las siguientes enfermedades:
- Diabetes tipo 2.
- Enfermedades cardíacas.
- Hipertensión.
- Colesterol alto.
- Enfermedades de la vesícula biliar.
- Ciertos tipos de cáncer, como de mama, endometrial, colorrectal, de riñón, de esófago, de páncreas, de tiroides y de la vesícula biliar.
Diabetes tipo 2
Es un trastorno crónico que afecta al cuerpo a la hora de metabolizar la glucosa, aparece lentamente como resultado de llevar un estilo de vida sedentario, aunque tiene un marcado componente hereditario.
Los principales síntomas de la diabetes tipo 2 son:
- Tener mucha sed.
- Miccionar frecuentemente.
- Tener mucho apetito.
- Agotamiento.
- Pérdida de peso.
- Heridas que no sanan.
- Visión borrosa.
Enfermedades cardíacas
Estas enfermedades van de la mano de la hipertensión y el colesterol alto, pueden derivar en un infarto agudo de miocardio, pero también se puede producir un aneurisma de aorta, una insuficiencia cardiaca o una angina de pecho.
Respecto a la vesícula biliar, la alimentación compulsiva genera un exceso de grasa que obstruye el conducto biliar creando cálculos biliares que se endurecen: puede derivar en un cáncer como otros que se indican como consecuencia del síndrome del atracón.
Salir de esta comorbilidad
Usamos el termino comorbilidad al referirnos a los trastornos alimentarios porque ocultan o se derivan de otras enfermedades, por lo que es fundamental que el equipo médico sea multidisciplinar.
“Si bien el tratamiento depende del tipo de trastorno, por lo general, implica enseñar sobre la nutrición, dar asesoría y volver a alimentar a la persona. Además, se podría recomendar un medicamento, sobre todo en los casos de trastorno de alimentación compulsiva”, indica la doctora Bethanne Keen.
El equipo sanitario debe estar conformado, al menos, por un profesional de la medicina de familia, un profesional de la psicología y un nutricionista:
Es indispensable abarcar todos los aspectos desde la psicoterapia, que nos ayudará a identificar y modificar cualquier conducta nociva, gestionando el estrés, la autoestima y los sentimientos de culpa que sufre el paciente tras los atracones.

El nutricionista, por otra parte, es el responsable de educar al individuo en una alimentación sana, de forma que pueda alimentarse de manera saludable.
La labor del médico consiste en diagnosticar todos los efectos secundarios generados por la alimentación desmedida y recetar los medicamentos necesarios para sustituir las sustancias que nos generan los atracones en el aspecto de alimentación como sistema de recompensa, que son las dopaminas que segrega nuestro cerebro
Este sistema de recompensa se genera en el encéfalo y hace que relacionemos circunstancias vividas a la percepción del placer, y es por lo que se tiende a repetir dicha situación para que se vuelva a producir dicha sensación.
Este sistema está muy relacionado con las necesidades más básicas y primarias, comienza en el encéfalo y sube al lóbulo frontal, donde se sitúa uno de los lugares relacionados con el aprendizaje, la conducta y la toma de decisiones.
Sin embargo, este sistema de recompensa, que nos ayuda a ser pragmáticos para poder sobrevivir, se puede volver peligroso: el margen que nos deja para elegir aquello que nos beneficia, y que en un principio puede ser voluntario y controlado, se puede volver una adicción.
Esto es, precisamente, lo que ocurre con la alimentación compulsiva, y ahí radica la dificultad para salir de esta enfermedad.
La mayoría de los pacientes mejoran con el tratamiento y logran volver a comer de manera saludable. Otros mejoran, pero pueden sufrir una recaída y volver a necesitar ayuda profesional
Un poco de historia
En la siguiente infografía, se analiza cómo se ha considerado socialmente la obesidad a lo largo de la historia.
La movilización para luchar contra la obesidad, como muy bien se detalla en la llamada del U.S. Department of Health and Human Services (2001), no solo debe implicar a los profesionales sanitarios, sino también a los gobiernos, a los servicios de salud pública, a la industria alimentaria, a la restauración colectiva, a los educadores, a los técnicos en urbanismo y espacios públicos para facilitar el deporte y la actividad física, y al público en general.
Una esperanza en el siglo XXI son los avances científicos, especialmente en genética, que puedan contribuir en el futuro a la indispensable lucha contra la obesidad, aunque es muy dudoso que la terapia genética pueda aportar en un plazo razonable un progreso significativo, entre otras razones por la excepcionalidad de las formas monogénicas de obesidad. La esperanza está en que quizás el conocimiento de la alteración genética pueda facilitar la elección de las mejores estrategias relativas a la distribución de los componentes de la dieta y a la mayor o menor importancia de la actividad física.
Otra esperanza, quizás más previsible, es que el mejor conocimiento de los mecanismos de regulación del peso corporal pueda contribuir al futuro desarrollo de medicamentos más eficaces de los que hemos podido disponer hasta ahora para el tratamiento de la obesidad. Tras el descubrimiento de hormonas como la Leptina, Adiponectina, y neurotransmisores como el Neuropéptido Y (por citar los más importantes), el interés por esta patología ha crecido y como consecuencia, se han desarrollado fármacos como el Orlistat, la Sibutramina ,el Rimonabant y el Tanabanant: su labor consiste en complementar los dos pilares básicos para el tratamiento de la obesidad, que son la actividad física y la alimentación.
El reto más importante al que se enfrentan las sociedades y gobiernos de los países industrializados es la prevención, fundamental a la hora de reducir los altos porcentajes de obesidad en la población. Para ello hay que tener en cuenta la modificación del ocio, sobre todo entre los más jóvenes, y el acceso a alimentos de alta densidad energética.
El aumento del sedentarismo y el cambio de hábitos dietéticos afectan gravemente a la salud de los individuos, por lo que es prioritario actuar antes de que llegue a desarrollarse esta enfermedad.
Existe un alto riesgo de que los niños y adolescentes con obesidad desarrollen enfermedades metabólicas en la próxima década, y las previsiones indican que en su vida adulta serán más propensos a sufrir infartos de miocardio, ceguera e insuficiencia renal.
Estamos, por tanto, ante un reto importantísimo para la sociedad actual, que debe tomar medidas antes de que las futuras generaciones se vean afectadas por este tipo de trastornos y sus consecuencias.
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